Revolución y Perplejidad

yatiri copia Los recientes resultados electorales han abierto, definitivamente, el cauce para una transformación revolucionaria en Bolivia que podría permitir la construcción de una nación sobre principios de equidad e igualdad, convirtiendo su diversidad cultural y étnica y su poderosa energía participativa, en factores dinamizadores y positivos.

Creemos en la tradición pacífica de nuestros pueblos indígenas y en sus prodigiosas reservas morales, filosóficas y creativas. Es asombroso comprobar que varios siglos de opresión y desprecio, de odio y racismo, no pudieron aniquilar el alma de una cultura que cifró sus esperanzas en los valores de la reciprocidad y la solidaridad y que conserva profundamente su visión de amor e integración con la Naturaleza. Eso son los indios que en Bolivia son mayoría.

Esa es la mayoría triunfante y esos hombres y mujeres no han votado para seguir siendo objeto de desprecio y marginación. Ese voto mayoritario no se ha depositado para conservar la soberbia señorial que los ha destinado a la miseria y el abandono. Ese voto ha llevado a uno de los suyos hasta la cumbre del poder político y lo ha hecho para que se cumpla el gran cambio, el Pachakuti profetizado.

Por eso, seguramente, decía Evo Morales, después de la victoria: “ Ya no es hora de quejarnos sino es hora de hacer”. La perplejidad inusitada de algunos grupos de poder y privilegio minúsculos y de gente “blanca” que siempre se ha considerado superior racialmente a los indios, no puede ser más elocuente. Un escritor y político de ese grupo social ha confesado que desde el día del triunfo electoral de Evo Morales, no puede dormir en paz. Y no es para poco, porque un temor casi atávico al indio, posiblemente generado por la memoria colectiva del terrible cerco a La Paz en 1781, en el que pereció la mitad de la población de la ciudad, atormenta el subconsciente colectivo de los señores que ultrajaron, explotaron y despreciaron a los indios y hoy temen la venganza.

Sin embargo, el pueblo triunfante está tomando su victoria con admirable madurez. No hay asomo de manifestaciones revanchistas en las masas que hoy muy esperanzadas, vislumbran la posibilidad de ver terminado o aminorado su cotidiano sufrimiento. Es más, el rechazo a las propuestas violentas, radicales y racistas del otro candidato indígena –hoy en la soledad- son prueba evidente de la disposición al entendimiento y conciliación.

Los pueblos indígenas han acumulado suficientes motivos para la venganza. Tanto maltrato, abuso y postergación, serían suficientes motores para desatar la violencia reivindicativa, pero no ha ocurrido y parece posible la transformación revolucionaria sin revanchismos.

Esas masas han atesorado las enseñanzas de su experiencia histórica, han aprendido la paciencia del oprimido que tiene fe en su destino libertario. Debe considerarse, no obstante, que esas masas tienen memoria positiva de su pasado histórico y lo toman muy en cuenta a la hora de reclamar sus derechos.
No han sido masas inertes e indiferentes en el pasado y han luchado siempre por su liberación: con la guerra, cuando no había otra alternativa y con la resistencia pasiva, conservando sus tradiciones, su cosmogonía, su pensamiento cuando era necesario.

Se alzaron contra los conquistadores españoles desde su llegada a estas tierras; se alzaron en 1781 en una gigantesca gesta militar que sitió las ciudades causando más bajas en sus enemigos que en las mayores batallas de la guerra de la Independencia que encabezó Bolívar; combatieron junto a los jefes guerrilleros durante 15 años y fueron la tropa básica de la guerra de guerrillas hasta la creación de la República.

Y volvieron a alzarse contra esta, cuando Melgarejo arrebató las tierras de sus comunidades. Continuaron insurgentes en innumerables sublevaciones que culminaron en la Guerra Federal cuando derrotaron al ejército del Presidente Alonso y fueron traicionadas por el General Pando.

Continuaron alzándose para reclamar sus tierras en los años precedentes a la Guerra del Chaco y se alzaron contra los terratenientes del altiplano y los valles hasta que la revolución de 1952 comenzó a repartirles la tierra.
Hicieron la guerra armada e hicieron la guerra silenciosa al replegarse a la soledad del campo, cuando debieron luchar por sus ideas, por sus creencias, por su ideología, simulando ante los curas devoción, incorporándose sólo a las manifestaciones litúrgicas de la religión impuesta, como las misas y procesiones, porque en el fondo, nunca aceptaron los contenidos del Evangelio, la ideología de la religión invasora, ya que jamás identificaron el mal con el amor, el sexo con el pecado. Esa guerra callada la ganaron lejos y aquello les permitió ser ellos mismos a través de los tiempos y preservar su Identidad.

Por eso hoy continúan venerando a la Pachamama, a los Achachilas, dioses tutelares de Los Andes, siguen hablando con las plantas, considerando hermanos a los animales que les ayudan a vivir, y siguen consultando en las hojas de la coca sagrada su presente y su futuro.

Ellos son gran parte de los bolivianos que votaron por Evo Morales, hombres y mujeres que hablan sus lenguas vernaculares. Miles de ellos han emigrado a las ciudades en busca de trabajo, pero no han abandonado del todo su cultura, mantienen los nexos con sus comunidades de origen y siguen venerando a sus dioses tutelares.

Han sido cientos de años una nación clandestina que ha sobrevivido a la invasión, pensando la vida a su manera, componiendo su realidad respetando tradiciones y organizaciones sociales propias. Sus opresores, no esperaban su presencia multitudinaria y hoy están perplejamente obligados a respetar el veredicto popular. Han sido vencidos, no sólo por la multitud, por la cantidad, sino por la diversidad.

Hace algunos años publiqué un artículo llamado La Diversidad Afortunada para referirme a lo que siempre he considerado la principal riqueza de nuestra nación, porque la diversidad cultural de Bolivia nos hace pródigos y ricos en productos espirituales que son los productos inmortales de la imaginación.

Cada pueblo sabe imaginar su futuro con la sabiduría que le llega desde las remotas fuentes de su experiencia histórica, pero más que nada, de la suma de saberes que se han acumulado en la elaboración de una cultura cuya inventiva es infinita, cuyas sabidurías nos benefician a todos, sea con su arte, con sus habilidades en muchos campos, con su conocimiento profundo de sus respectivos entornos y con sus propias y notables maneras de pensar las realidades que dominan.
Esto los ha hecho atinados, juiciosos y certeros. “La diversidad afortunada”, sabía que había llegado la hora, el momento decisivo, el 18 de diciembre.
Es también evidente que la derrota de la derecha ha sido catastrófica no solo en términos políticos. El mayor fracaso no estuvo en las urnas sino en la incapacidad de ese estamento social por comprender la realidad en la que actuaba.

Saben poco sobre el país en el que viven, tienen dificultades para leer nuestra realidad social, desprecian las posibilidades culturales y económicas de nuestra diversidad cultural y no sospechan la complejidad del pensamiento andino, porque siempre lo subvaloraron, no se percataron que ese pensamiento no responde ni a la lógica kantiana ni a la certidumbre racionalista francesa.
Una izquierda señorial, todavía presente, padece similar ignorancia.

LOS FENÓMENOS PUEDEN NO SER PARA SER

El pensamiento andino, en el que los fenómenos pueden no ser para ser, lejos de Parménides que inmovilizó al Ser al sostener que el “Ser es”, y de Descartes que confió a la razón la única posibilidad de conocer la verdad,es un pensamiento distinto.

En ese pensamiento el sí puede significar no, muchas veces, y al revés, dependiendo de la circunstancia, porque su carga significante maneja una dialéctica distinta a la occidental. Un pensamiento que reconoce en la intuición un poder mayor que el del razonamiento desconcierta a los pensadores que se han formado en la escuela occidental.

Ese pensamiento se articula en la fusión de los opuestos, en el Tinku o encuentro de los adversarios y la pelea, que es desencuentro, se hará para encontrarse. Y si no se comprende la paradoja no se entiende nada.
En el norte potosino se exorciza así la violencia que podría volverse permanente, con la violencia ritual de la dura pelea campal y anual del Tinku, en medio de cánticos y música.

En esa fiesta de enfrentamiento se resuelven todos los entuertos y malentendidos, las ofensas y agravios acumulados durante el año en la interelación de ayllus o comunidades rivales. Porque no todo es ideal y la sobrevivencia es muy dura, en las ventosas y gélidas altipampas o en los valles erosionados por las sequías recurrentes, condiciones que sin falta, generan conflictos de todo orden.

Los pueblos andinos, desconcentraban permanentemente el poder político para evitar su envilecimiento. Hoy mismo, el jefe de una comunidad, de una organización indígena o el dirigente de un sindicato obrero sólo representa al poder, porque no existe orden piramidal. El poder político andino nace en las bases de la sociedad, en la voluntad colectiva y gracias a esa mecánica social fueron posibles los grandes movimientos de masas organizadas que han cambiado el panorama político boliviano.

La consulta, la transparencia, la atención y respeto a la opinión de los demás han sido fundamentales herramientas para el triunfo electoral. Esa concepción del poder no concentrado ha sido también de vital importancia en las recientes convulsiones sociales que están cambiando Bolivia…

En la cultura andina se manejan, en el intercambio económico, no sólo valores materiales, sino sentimientos y esto es lo notable, porque descoloca cualquier discernimiento basado en la lógica utilitaria.
Sentimientos de solidaridad y reciprocidad que nada tienen que hacer con la suma aritmética del 2 + 2 = 4.

En el norte de Potosí, cuando se intercambia una llama por un costal de maíz, se está adquiriendo una amistad que no tiene precio.
Cuando, en una feria del altiplano, una vendedora de locotos rechaza vender todos sus frutos de una sola vez, aún a un mayor precio, está revelando la conciencia de una función social que tampoco obedece a la lógica del mercado occidental.

En ese pensamiento las ideas de la libertad están lejos de confundirse con el pragmatismo libertino.
Un pensamiento en el que los sujetos son libres en la libertad del grupo social y nunca –a decir de Mariátegui- son menos libres que cuando están solos. En el mundo andino nadie busca la “libertad” del neurótico que se adjudica el insensato derecho de hacer lo que le venga en gana. Resulta autodestructivo no armonizar con los demás.

El individuo, cuya singularidad es reconocida permanentemente en la comunidad, ejerce una libertad responsable, conoce los límites para no dañar al otro o a los otros, y su propio accionar libre está garantizado por la protección de los demás, en la medida en que forme parte armonizada con el conjunto. Aislado, individualizado, está condenado a desaparecer, a emigrar, a disgregarse.

UN HOMBRE LLENÁNDOSE DE LUZ

Hace muchos años, cuando en una oportunidad en la que el reventón de una llanta me hizo buscar ayuda en una carretera del altiplano, llamaba a gritos a un campesino que, en esa hora crepuscular, se hallaba sentado en la cima de una colina. Un anciano que presenciaba mis inútiles intentos, se me acercó para decirme que el hombre no iba a descender hasta que el sol no terminara de ocultarse. Le pregunté porque razón y su respuesta fue tan sencilla como inquietante: “Porque se está llenando de luz”. “¿Y para qué?”, pregunté desconcertado. “ La gente reunida de nuestra comunidad le ha elegido Jefe para este año”. Me di cuenta esa tarde maravillosa que la cultura de la mayoría de mi pueblo, me era desconocida.

Se trata, pues, de la presencia de dos distintas cosmovisiones y el gran desafío político presente, no radicará tanto en resolver problemas de déficit en la balanza de pagos o en hacer acuerdos con las transnacionales que respeten nuestra soberanía, sino en conjugar, en armonizar, partiendo del respeto mutuo, las dos distintas maneras de componer nuestra realidad, las dos distintas maneras de pensar el mundo que podrían y deberían conjuncionarse, reconociendo el papel estratégico de la cultura de las mayorías en una sociedad en cambio y transformación.

Difícil tarea social y política que no puede hacerse de la noche a la mañana y que requiere del concurso de esas dos Bolivias que deben encontrarse en la contemplación desprejuiciada; dando y recibiendo, admirando y respetando, para incorporar los beneficios de la tecnología de la modernidad sin perder los horizontes de la propia identidad cultural.

Un médico cirujano que puede salvar una vida, allí donde la medicina tradicional no alcanza, deberá mirar al herbolario con el mismo respeto que reciba de este, porque un verdadero callahuaya, que conoce el uso de 2 mil o 3 mil plantas medicinales, es tan culto como el cirujano que opera una peritonitis, como muy culto era aquel campesino –que tuve la suerte de conocer– que podía guiarse en la noche con solo mirar el cielo estrellado ya que le eran familiares más de 600 estrellas.

La familiaridad con la naturaleza, la sabiduría heredada para relacionarse con ella y el contacto cotidiano, han hecho de los pueblos indígenas grupos humanos privilegiados en muchos sentidos y por otra parte, la convivencia colectiva les ha permitido gozar de una condición de armonía psicológica que los “civilizados” ya no conocen.

En cuanto el individuo es desarraigado del grupo empieza la neurosis y el miedo, se rompe el orden natural, el estado natural gregario y probablemente muchos problemas psicosociales e individuales de la sociedad moderna se deban a esa fractura. Ocurre con el indígena que deja la comunidad y rompe sus lazos con el grupo. Su desarraigo y pérdida de identidad cultural lo hacen susceptible a la corrupción y a la violencia y aquellos desarraigados que se elevan con el dinero, resultan, muchas veces, más racistas con sus hermanos de etnia que los blancos discriminadores.

Los vínculos con la comunidad de origen, se prolongan hasta futuras generaciones ya mestizadas. Lo vemos en la fuerza del folklore boliviano que sorprende a propios y extraños, intensificándose año tras año; lo vemos en las tradiciones y prácticas religiosas paganas que llevan a comerciantes mestizos del valle de Cochabamba a subir a las apachetas el primer viernes del mes de enero para ofrendar una “mesa” a la Pachamama y pedir buena fortuna; o agradecer en Oruro a la Virgen católica bailando “Diablada”.

EL DIA DEL PACHAKUTI

En la ciudad de La Paz, poblada mayoritariamente por aymaras y mestizos, y donde la votación por el candidato indígena se acercó al 70%, no existe una violencia delincuencial notoria.
Los periodistas extranjeros, que llegaron días antes de las elecciones, se sorprendieron mucho de la posibilidad de salir de sus hoteles en altas horas de la noche sin problemas de ese tipo. Si ocurre un asalto será excepcional como excepcional sería que no ocurriera en Bogotá o Lima.

Hay tanta o más pobreza que en otras ciudades de América Latina, pero la población indígena que compone la mayoría de sus habitantes, procede del campo, no ha roto sus vínculos sociales con la comunidad de origen y en general vive en la ciudad cerca o vinculado a su gente que le ayuda o protege. El individuo no está solo y las tradiciones de honradez aymara pesan mucho.

Los banqueros están descubriendo sorprendidos –porque en general muchos de ellos siempre han pensado lo peor de los indios- que sus clientes más cumplidos y responsables son artesanos, pequeños comerciantes y gremialistas de origen indígena.

La disciplina y el rigor indispensables para sobrevivir en el altiplano han llegado con ellos a las ciudades. Y la ética de la solidaridad, que nada tiene que ver con la “ética indolora” de la postmodernidad, de la que nos habla el filósofo Lipovesky –caracterizada por el oportunismo–, anida en la conducta de la multitud indígena.

Son revolucionarias las ideas, ejemplos y prácticas vigentes del mundo indígena y pueden enriquecer profundamente la praxis de una política social y económica de justicia y equidad, porque ambas categorías están contenidas en su filosofía.

Bolivia tiene la oportunidad de dar ahora un salto gigante de carácter histórico. El viejo Estado, creado para servir a los señores y excluir al pueblo, parece haber llegado a su fin. Tal vez debamos sufrir los bolivianos aún sus últimos coleteos, pero es incuestionable que la conciencia generada en el pueblo, de alcanzar el poder político, está cambiando a Bolivia irreversiblemente.

EL DIA DEL PACHAKUTI

La masiva asistencia indígena y popular al acto democrático electoral del 18 de diciembre ha sido pródiga e inquietante. Un nuevo fenómeno que, a mi entender, tiene que ver con el universo colectivo de los pueblos originarios, se ha hecho presente en mi percepción. Siento que había un secreto entendimiento entre ellos, una certidumbre de la intuición, de que ya había llegado el día del Pachakuti, el día del gran cambio, anunciado por los mitos y las leyendas.

Es un hecho que no sólo los indios se volcaron a elegir a un candidato igual a ellos, confiando en su habilidad para representarlos. Lo hizo a su vez la clase media, unos, tal vez por repudio contra la envilecida clase política; otros reconociendo la integridad moral del candidato indígena y probablemente confiando en la solvencia intelectual del candidato a Vicepresidente, y quizás los últimos, ansiosos por un gran cambio, apostaron al más distinto, en una suerte de ruleta rusa.

No podemos aún construir una idea precisa de lo que ocurrió el 18 de diciembre, porque creo que estamos demasiado cerca de estos hechos trascendentales. Tuvieron que transcurrir muchísimos años para que los bolivianos pudiéramos aquilatar el proceso del 1952. Esa cercanía sólo nos permite conjeturar, pero creo que un apasionante fenómeno social ha movilizado a los indios de Bolivia.

EL IMAGINARIO SOCIAL INSTITUYENTE

El gran filósofo griego-francés Cornelius Castoriadis, llamó lo Histórico Social o el “imaginario social instituyente”, a ese poder de accionar de las masas que en momentos de emergencia se autoinstituyen y autotransforman.
¿Una multitud puede moverse orgánicamente, actuar y triunfar sin líder, sin partido que coordine?
Las masas triunfantes que expulsaron del poder a Sánchez de Lozada en octubre, actuaron con asombrosa eficacia para reunirse -a pesar de la feroz represión armada- para deliberar colectivamente y decidir acciones y medidas. Sindicatos, juntas vecinales, gremios y estudiantes al tiempo que recogían sus muertos y heridos articularon una insurgencia que volcó más de 200 mil personas, decididas a ofrendar sus vidas, sobre la ciudad de La Paz.

Los alteños expulsaron al Presidente vendepatria, inspirados por sus seculares tradiciones culturales organizativas comunitarias andinas, por la experiencia de los viejos sindicalistas mineros “relocalizados” que hoy habitan en la ciudad de El Alto y tal vez por la memoria histórica acumulada desde el remoto cerco de La Paz que encabezaron Bartolina Sisa y Julian Apaza en 1781.

En esa circunstancia histórica, las masas alteñas instituyeron un nuevo poder político popular, sin dirección de partidos políticos o líderes tradicionales, pero con la claridad suficiente como para saber que protagonizaban un momento histórico y podían exigir un nuevo Estado que sea capaz de resolver sus demandas, buscando en la Asamblea Constituyente un nítido instrumento para construirlo. El 18 de diciembre las multitudes del país entero, alentadas por la memoria del poder colectivo probado en Octubre, salieron confiadas a recuperar una soberanía que les pertenece.
Confío mucho en la sagacidad de las masas insurgentes, en su capacidad de autoinstituirse y de intuir y marcar los derroteros por los que debe marchar el gran cambio. Esa sagacidad colectiva, que ha demostrado claramente su presencia en los grandes levantamientos recientes, ha instituido un control social de enorme eficacia, tanto que pudo paralizar la maquinaria de la corrupta clase política, cuyos partidos rezan hoy los responsos de su entierro.
Los viejos políticos y sus partidos se vieron sitiados por esas multitudes vigilantes y exigentes que les obligaron a cambiar la Ley de Hidrocarburos, llamar a nuevas elecciones y convocar a la Asamblea Constituyente. Ese mismo control social, instituido en la Asamblea Constituyente, contiene la fuerza para contener apetencias desmedidas, autoritarismos, desmanes y corrupción que han caracterizado la conducta de los políticos tradicionales, y que podrían volver a presentarse en medio de la euforia y el mareo de muchos de los que ahora llegan a mandar.

El mundo entero mira a Bolivia perplejo e intrigado. Estoy persuadido que si este proceso político, social y cultural logra consolidarse, tendremos también respuestas positivas para el mundo exterior, globalizado y aterrorizado por el dominio de un imperio deshumanizado que actúa ofuscado por el miedo, por su hiperdesarrollo tecnológico y por la terrible soledad del individualismo.

No Responses Yet to “Revolución y Perplejidad”

  1. Sakae Cortazzi Says:

    gracias por tan profundo comentario. Los indigenas brillaran con su luz propia de actuar con la mas alta dignidad sin querrer cobrar un pasado. Los indigenas son la luz del mundo y deben expresar su luz demostrando que los prejuicios de raza, nacionalidad, religion y clase social son cosa del pasado. Hoy en dia el llamado es: liderazgo por medio del ejemplo. Bolivia tu puedes iluminar el mundo entero. Te amo mucho Boliva. Una costarricense a sus ordenes

  2. Gloria Menjivar Says:

    Que gusto enorme encontrarme el comentario de una buena amiga a quien no veo desde hace mas de 25 años. Un saludo cordial al hermoso pueblo boliviano y a ti, Sakae Cortazzi, extensivo a tus hermanas, Maitri, Layli y Baxna.

    glomenjiva@yahoo.com.mx

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