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La Profecía del Tercer Pachacuti

Publicado en Madre Tierra, Sabiduria el 08/02/2006 por admin

Inca Pachacuti www.learner.org

«Esto fue un verdadero Sunami», exclamó azorado a los cuatro vientos Tito Hoz de Vila, un ex ministro y hoy senador de la derecha residual boliviana, refiriéndose al inclemente y devastador triunfo popular en las urnas del domingo 18 de diciembre. Ese día llovió a cántaros en algunas regiones del país y sucedieron hechos más que emblemáticos, acaso proféticos. En la ciudad de El Alto, un anciano aymara que agonizaba de vejez en su choza de adobe se dio modos para asistir al acto comicial y murió después de votar, en pleno recinto electoral, cumpliendo su última voluntad, el último acto de su vida: votar por un indio para Presidente de Bolivia.

La premonición se cumple. Lo que vendría después de aquel domingo lluvioso no fue resultado de un mero cálculo de correlación de fuerzas o una millonaria jugada de marketing; era un Designio. Entonces la lluvia se hizo diluvio en los lugares más sagrados y abandonados de este territorio, como en Chucaracito, en Saucarí u Orinoca, donde sacerdotisas ancianas que llevan sangre de ñustas en sus venas —hermanas distantes de los Q’ero del Cuzco— subsisten en medio de ruinas precolombinas y miserias neoliberales, resguardando las profecías en el idioma arqueológico y desconocido de los chipayas y los limachis. Y en algún lugar a orillas del Poopó o en las laderas del Sabaya los rayos sacrificaron llamas y corderos.

Pero, mi estimado Tito, eso no fue un Sunami. Fue el Pachacuti.

La Vuelta al Mundo

Según una definición que nos ofrece Victor Hugo Sepúlveda, el Pachacuti «representa un cambio profundo en el ser humano. Una especie de renacer de las personas que se produce a partir de un fenómeno climático o un gran movimiento social que deriva en una transformación total de las conciencias, y por ende afecta a toda la sociedad establecida».

Ver al respecto:http://revista.serindigena.cl/props/public_html/?module=displaystory&story_id=738&format=html

Pacha en aymara significa Tierra, Mundo; Cuti es re-torno. En la tradición oral que persiste aún en nuestros días, este ancestral concepto pervive en ciertas zonas urbanas y rurales de Bolivia en forma cotidiana. Entre los niños bolivianos es usual aplicar el aymarismo «cuti-vuelta» para denotar revancha o nueva oportunidad en los juegos de competencia.

El Pachacuti tiene que ser universal o no será Pachacuti. Por algo es una profecía. La CNN de Atlanta y la BBC de Londres ya forman parte de este cambio mítico desde que se percataron que un indio enchompado siendo recibido con honores por los reyes de España produce alto raiting.

La historia da cuenta de dos Pachacutis claramente reconocibles, aunque algunos estudiosos sostienen que ya han habido once hasta nuestros días. Uno de ellos se asocia con el gran terremoto del Cuzco Perú de 1949 que destruyó muchas iglesias y gran parte de la hermosa ciudad colonial. El último Pachacuti, en el plano político y social, podría ser el reciente ascenso de Evo Morales, cuya posesión en Tiahuanaco resulta algo más que un espectáculo mundial.

El Primer Pachacuti

Aunque su génesis es profundamente religiosa, el Pachacuti tiene una dimensión histórica y política muy concreta. A la luz de la experiencia boliviana, puede constituirse en un modelo de interpretación de procesos sociales y culturales en un contexto integral, ecológico incluso. Es una herramienta para la posmodernidad.

Sepúlveda habla de un Primer Pachacutec que se habría producido en el periodo del Tiahuanaco temprano, cuando quechuas y aymaras conformaban una sola nación. Se habría producido un gran diluvio que elevó el nivel de las aguas del lago Titicaca y el dios Tunupa, navegando en su manta convertida en balsa, fue abriendo la tierra hacia el sur, entre los cerros y la pampa en un serpenteante camino que dio origen al río Desaguadero que es el rebalse natural del lago. Con esta acción se salvaron todos los poblados costeros de morir ahogados por las inundaciones. Este flujo constante de agua que hasta ahora se mantiene, formó los lagos Uru-Uru y Poopó para luego seguir su curso hasta la Pampa de Aullagas donde el agua es absorbida por la tierra. Allí termina su navegación el dios Tunupa o Tawapaca y comienza su largo peregrinar por los salares y regiones del altiplano. Su misión era salvar a los pueblos de la barbarie en que se encontraban y para eso les enseñaba técnicas de cultivos y la crianza de animales, además de predicarles la paz, la solidaridad y la amistad entre todos. Ese largo recorrido que llega hasta las costas del Océano Pacífico ha quedado inscrito en los innumerables petroglifos de antigua data que fueron quedando a su paso, tallados en las rocas o dibujados con piedras de gran tamaño en el faldeo de los cerros.

El Segundo Pachacuti

El Segundo Pachacuti surgió en la última mitad del siglo XV, cuando las diferencias religiosas y económicas entre quechuas y aymaras comenzaban a acentuarse como resultado de un desarrollo diferenciado de las fuerzas productivas. Eran tiempos en que los reyes incas, originariamente quechuas asentados al norte del Lago Titicaca, enfrentaban serias dificultades políticas para dominar a los pueblos sureños del collado aymara. Los rebeldes aymaras cuyo territorio abarcaba todo el sur del Titicaca —desde el Tiahuanaco, pasando por los actuales territorios de Cochabamba, Oruro, Potosí y Chuquisaca, incluyendo los del norte argentino y chileno—, se resistían a someterse bajo el dominio del Estado incaico por una sencilla razón religiosa: los quechuas del Cuzco habían superado la etapa del comunismo primitivo avanzando hacia un modelo civilizatorio estatal, clasista y monoteísta, pretendiendo destruir los lazos comunitarios y de reciprocidad (ayllu y ayni) que aún pervivían en los pueblos politeístas aymaras del sur. Tupac Pachacutec intentó convencer a los rebeldes aymaras del sur que —como su nombre mismo denotaba— él era no sólo hijo del Sol, único dios, sino la encarnación misma del mundo terrenal, y para imponer tal hegemonía fundó Macchu Picchu como el centro de ese mundo.

Los aymaras, que se negaban a adorar exclusivamente al dios Sol, decían que Pacha era una deidad entre muchas otras y entraron en guerra con los quechuas para defender su comunidad de dioses, derrotando a Pachacutec. Pero el inca no se dio por vencido y anunció que volvería «para poner las cosas en su lugar».

Correspondió al hijo de Pachacutec, su sucesor Tupac Yupanki, hacer cumplir la profecía del inca derrotado. Y lo hizo pactando con el adversario rebelde.

El enigma del Estado Comunitario

Mi ensayo «En los umbrales del horizonte utópico» que incluí en el libro «Historia del Milagro» (Ed. Los Tiempos, 2001), establece que si bien la estructura política del Collasuyo se hallaba herida de muerte ante la expansión quechua incaica, durante el Segundo Pachacuti, es indudable que el poderío aymara estaba intacto en su compleja expresión religiosa. Esto dio lugar a un «matrimonio de facto» entre las principales deidades aymaras, representadas por la Pachamama, y el Inti o dios Sol de los Incas. El Estado Inca, al final, tuvo que asimilarse oficial y formalmente a la religión aymara todavía hegemónica en el ancestral mundo andino.

Confirmando aquello, de Huarochiri emergió una hermosa leyenda según la cual el inca quechua Tupac Yupanki, para hacer cumplir la profecía de su padre Tupac Pachacutec, se vio obligado a rendir devoción a uno de los «huacas» más influyentes del mundo aymara, Pariacaca, exigiendo en recompensa que, con su mediación, los dioses colaboren con el Inca en su guerra para conquistar a los ayllus rebeldes al sur del Titicaca.

Ver al respecto:http://www.altercom.org/article123468.html

http://www.voltairenet.org/auteur120049.html?lang=es

http://www.bolpress.com/temas.php?Cod=2005001463

http://www.adital.org.br/site/noticia.asp?lang=ES&cod=17363

Los dioses aymaras aceptaron ayudar al Inca bajo la condición de que los gobernantes quechuas desistan de su plan monoteísta y ejerzan un sacerdocio rindiendo culto a la Pachamama. El negociador aymara fue el dios Macahuisa, hijo de Pariacaca. Dice el relato: «Mientras Macahuisa hablaba, de su boca salía un aliento muy denso cual si fuese humo verde. Y se dice que también en esa sazón comenzó a soplar su zampoña de oro. Su pinquillu también era de oro. En su cabeza llevaba coronada la diadema. Su phusuca también era de oro, en tanto que su camiseta era negra. Dieron a Macahuisa para su viaje una litera de las que se llaman Chicsirampa, destinada a transportar al propio Inca. Y fueron escogidos por el Inca, para acompañarlo, unos fornidos callahuaya. (…). Lo transportaron hasta la cima de un cerrito; una vez allí, Macahuisa, el hijo de Pariacaca, comenzó, poco a poco, a caer bajo la forma de lluvia. Los hombres de las comunidades rebeldes empezaron a organizarse, preguntándose qué podría significar este fenómeno. Atacándolos con sus rayos, Macahuisa aumentó la lluvia y así abrió quebradas por todas partes, y arrastró a los miembros de todas estas comunidades rebeldes con sus aguas torrenciales. Aniquiló a los kuracas principales y a los hombres valientes con sus rayos. Sólo una parte de la gente común se salvó. Si hubiera querido, habría aniquilado a todos. Así, después de haber vencido a todos los demás rebeldes, los persiguió hasta el Cuzco. Desde esa época, el Inca apreció todavía más a Pariacaca y le otorgó cincuenta Yanas».

Así fue cómo se impuso el Segundo Pachacuti: el imperio Inca se constituyó en una unidad quechua-aymara, base de la nueva nación y de un emergente Estado Comunitario, que permitió a Huayna Cápac «quechuañizar» pacíficamente a los aymaras del Collasuyo desplazando a sus mitimaes, pero el paradigma de ese Estado Comunitario quedó como un enigma hasta nuestros días, al haber sido interrumpido por la sangrienta conquista española cuya brutalidad, cuando descuartizaron al caudillo Tupac Katari, hizo renacer la esperanza de que algún día llegaría el Tercer Pachacuti, con el «Jacha Uru» de un melodioso nuevo amanecer (WGM).

Los ceremoniales andinos son solemnes

El persistente atraso económico y la secular exclusión racial que prevalece en gran parte de los territorios indígenas de Bolivia, es soportada casi estoicamente por estas poblaciones injustamente marginadas de la modernidad, gracias a la fe con que tales pueblos mantienen sus ritos ancestrales, ligados a la profecía del Pachacuti.

Mientras más excluidas y empobrecidas son estas comunidades, más fuertes son sus ritos y creencias politeístas, sincretizadas con el cristianismo en una estrategia fervorosa de subsistencia étnica y social.

Existen incluso en las orillas del Lago Poopo, vecinas a poblaciones Urus y Chipayas, pueblos aymarófonos a donde no llegaron ni los mitimaes quechuas de Huayna Cápac y donde se habla una purísima lengua aymara distinta a la paceña —que tiene clara influencia quechua en su fonética— hoy en vías de extinción.

Estos lugares, de donde proviene el flamante Presidente Indígena de Bolivia, son verdaderos yacimientos arqueológicos habitados por seres que parecen extranjeros cuando emigran a las ciudades expulsados por tanta miseria.

Sin embargo de este abandono, por la fuerza del Pachacuti, estas poblaciones conservan intactos sus ritos y ceremoniales que mantienen viva la profecía.

Son pueblos, además, activamente festivos. El cristianismo no ha podido extirpar muchas idolatrías que hoy se encubren bajo el santoral católico; todavía existen dioses mayores y menores, «huacas» y «willcas», que son objetos de fiestas de la fecundidad y de la tierra bajo la dirección de sus jilakatas y mallkus que son, además de líderes comunitario, sacerdotes («huacsas») de estos cultos ocultos.

Los ritos de la Estrella o Mosoq Karpay, los ritos del «Tiempo que ha de Venir» —plenas del incienso de las k’hoas que constituyen evocaciones a los espíritus antepasados— son cruciales para el cumplimiento histórico de las profecías.

Los karpay (ritos) plantan la semilla del conocimiento, la semilla del Pachacuti, en el cuerpo luminoso del recipiente que la contiene. Depende de cada persona regarla y cuidar de la semilla para que ésta crezca y florezca. Los ritos son una transmisión del potencial; uno debe luego abrirse al destino.

Esta cosmogonía quechua-aymara ha permitido que en Bolivia se produzca una revolución pacífica, con votos y no con balas, y es deber de todos, indios o no, celebrar y preservar este triunfo de la Profecía. (WGM).

La Profecía de los Q’ero

Brad Berg atribuye a los Q’ero —una tribu cuzqueña de 600 personas que buscaron refugio en alturas superiores a los 4.200 metros con el fin de escapar de los conquistadores— el mérito de haber resguardado esa profecía sagrada que habla del gran cambio: el mundo saldrá del revés en que se encuentra y quedará al derecho mirando hacia arriba otra vez. El orden social justo y la armonía con la naturaleza serán restituidos por fin, terminando con el caos y el mal generalizados.

Esta profecía alienta la esperanza del renacer a una realidad más favorable y digna para los indígenas, los pobres y las clases oprimidas.

Similares a la de los Q’ero, al otro extremo del Ande, de donde surgió Evo Morales, existen comunidades aymaras que no llegaron a ser siquiera sometidas por el inca quechua, donde se conservan intactas aquellas relaciones míticas entre pueblos que además son los más empobrecidos de Bolivia. (WGM).

Comentarios, críticas, quejas o insultos a propósito de este ensayo, al siguiente e-mail: llactacracia@yahoo.com

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Historia de la Coca, una Hoja Andina

Publicado en Madre Tierra, Medicina el 03/02/2006 por admin

planta de coca
«Tenía en mis manos una de las primeras patentes registradas en Bolivia, y la pionera en lo relacionado al tema coca. La misma data de 1917 y la firmaba el presidente Gutiérrez Guerra. Por aquel entonces, la cocaína estaba legalizada.
“Por cuanto William H. Verner y Emilio Jerrarony, domiciliados en la ciudad de La Paz, han obtenido por los trámites legales privilegio para el ejercicio y la explotación del invento denominado ‘Nuevo método sistemático de extracción de la cocaína de las hojas de coca’. Por tanto se les confiere esta patente y registrada en el Ministerio de Industria les será bastante para el goce de los derechos inherentes a dicho privilegio por el término de 15 años”.

El viejo edificio gris de paredes blancas y despobladas de la Camacho, donde actualmente se ubica el Viceministerio de Industria y Comercio, alberga el documento en la biblioteca del Servicio Nacional de Propiedad Intelectual (Senapi). Privilegios Industriales, Libro I (1917-1925), primera página. Ahí estaba el curioso dato.

Y mientras en Bolivia se listaba este proceso, en Estados Unidos se venían otros vientos. En fechas cercanas, 1914, la Coca-Cola se vio obligada a dejar de utilizar cocaína en su mezcla. En aquel momento, la ofensiva empresarial y mediática del estadounidense Harvey Wiley —realizada desde 1912— precipitó la descocainización. Desde entonces, únicamente se usan las hojas de coca como saborizante y la famosa bebida ha perdido sus antiguas cualidades estimulantes. Perú y Bolivia fueron siempre su fuente principal de materia prima. La demanda, pese a todo, cada vez es menor. En 1985, Coca-Cola compró más de 500 toneladas de coca a Bolivia. En 1995, fueron tan sólo 204. Hoy, Colombia ha entrado en dura competencia de mercado con estos otros dos países.

Años antes, el vino francés Mariani —elaborado por Angelo Mariani en 1863— había vivido un proceso similar al de Coca- Cola. Su contenido de cocaína lo convirtió en la preferencia de reyes, magnates, artistas y estadistas. Tanto fue así que se comercializó con éxito en Europa y en Estados Unidos. Incluso el Papa León XII condecoró al producto con la medalla de oro del Vaticano.

Pero, como ocurrió con la Coca-Cola, llegaron las prohibiciones y el magistral vino —que contenía 0,12 gramos de cocaína por cada 28 de licor— terminó por desaparecer. En Bolivia, Evo Morales habló más de una vez de la existencia actual de un trago en el exterior elaborado a base de hoja de coca. Sin embargo, no dio más detalles.

Una tradición milenaria

Pero las anteriores son fechas recientes, ya que el empleo de la coca va mucho más allá de los siglos XIX y XX. Así lo demuestra, al menos, un reciente descubrimiento de hojas de coca con más de 500 años de antigüedad. El hallazgo ha venido de la mano del proyecto Chullpa-Pacha, de arqueólogos finlandeses y bolivianos, que examinaban una tumba en el sitio de Tara Amaya (provincia Los Andes). Casi fue una casualidad, porque estuvieron a punto de echar a la basura las hojas de coca que acababan de encontrar. En un primer momento, no se dieron cuenta de qué se trataba. Y es que éstas estaban negras, conformando una masa bastante homogénea, ocultas y apelmazadas entre el barro. Con todo, a pesar de las inclemencias del paso del tiempo, la descomposición y los robos, se habían conservado. “Según la datación relativa que hemos realizado, los túmulos corresponden al período entre el 1200 y el 1500 d.C.”, dice Jedu Sagárnaga, arqueólogo de profesión.

Es sólo un puñado de hojas que seguramente formaba parte del ajuar de uno o varios de los difuntos, pero que realmente está haciendo historia. “Nunca antes se había hallado coca en estas condiciones”, añade Sagárnaga. Eso da idea de que la coca se impuso mucho antes de la conquista española, pero probablemente tan sólo entre las altas castas sacerdotales. “Todo apunta a pensar en el uso de la coca en la época precolombina. Aunque el empleo masivo vino con la llegada de los españoles, cuando vieron sus propiedades de adormecimiento y multiplicaron la producción, sobre todo en los Yungas. De esta forma, se generalizó el consumo en las minas de Potosí y la coca se implantó en las capas sociales indígenas”.

Los otros productos

Muchas cosas han cambiado desde entonces. Ahora, la coca intenta abrirse nuevos mercados gracias a los productos derivados. Así, empresas como Ban-Llo, en La Paz, han tratado alguna vez de lucrarse con actividades enfocadas a ese campo. Pero a Ban-Llo, fábrica que dirigió Esteban Castrillo, no le funcionó la iniciativa y se vio obligada a cerrar. Su dentífrico Co-dent no tuvo éxito. Sus cosméticos, tampoco. Y el chicle, promocionado por el mismo empresario pero por distinta empresa, no estaba bien acabado y recorrió similar camino. Sin embargo, todos coinciden en que se han abierto puertas para apuntar ya hacia la introducción de la coca en otras modalidades. Entre ellas, medicinas, ungüentos y pomadas.

Precisamente, la tan mencionada Coca-Cola comenzó antaño a modo de elixir. En 1885, un farmacéutico de Georgia, llamado John S. Pemberton, creó un jarabe alcohólico con extractos de coca que hacía las veces de tónico estimulante. Al año, sustituyó el alcohol por extracto de nuez de cola, poniéndole el nombre de Coca-Cola. Por fin, en 1888 se le añadió agua carbonatada y en 1891 Asa Candler compró los derechos para fundar después, en 1892, la Coca- Cola Company en Atlanta. Hoy, no existe país donde la Coca- Cola no tenga una fuerte presencia.

Y no es de extrañar la importancia terapéutica de la hoja de coca, ya que se le atribuye un sinfín de propiedades. Su alcaloide —la cocaína—, aislado en 1858 por Niemann y Walter, se empleó en la medicina primero como efectivo anestésico y más tarde para la desintoxicación de heroinómanos.

Los expertos han catalogado las virtudes de la hoja en su estado natural, sin necesidad de grandes transformaciones. Según investigaciones etnobotánicas de 1997 dirigidas por médicos, químicos y biólogos del Centro de Estudios de Plantas Alimenticias y Medicinales de la Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cusco en el Perú, la planta tiene muchas propiedades demostradas.

Estas son algunas: afrodisíaca, adelgazante, alucinógena, analgésica, anorexógena —quita el hambre—, antiasmática, antiemótica — contiene el vómito—, antiestrés, antiulcerosa, antipirética —baja la temperatura—, antiprurítica —combate la picazón— y astringente. No es todo, el estudio menciona otras cualidades más. Pero, ésta no es la única investigación que existe sobre la coca. Hay muchas más y se diferencian, sobre todo, en cuántas propiedades han hallado en la hoja. Unas hablan de mayor número de virtudes y otras, más bien, de un número muy limitado. Un tema, por cierto, polémico.

En cuanto a los valores nutricionales de la coca, la universidad peruana detectó altos niveles de calorías, proteínas, calcio, hierro, fósforo, vitamina A, vitamina E, vitamina B1 y B2, vitamina C y Niacina. ¿Es cierto que éstos superan los aportados por la papa, la yuca, la quinua, el maíz y otros productos? Según esa investigación, sí. Pero, una vez más…es un tema muy urticante.

En todo caso, la coca sirve como elemento parcial en la preparación de ciertos medicamentos y platos.

Y, como cuenta la leyenda, parece que fueron los mismos conquistadores quienes se buscaron su propia ruina frente al polvo blanco. La maldición decía: “Cuando el conquistador blanco tocar la hoja de coca, sólo encontrar en ella veneno para su cuerpo y locura para su mente y cuando la coca intente luego ablandar su corazón, sólo lograr romperlo como cristales de hielo demoler las montañas”.

Así, por la relación nefasta tejida entre la cocaína y la coca, hoy hasta un mate es visto con malos ojos

Fuente: Álex Ayala • Fotos: Ayzar Raldes /Fernando Cuéllar / Jamil Chávez Coca: Las curiosidades de una hoja/ La Razòn – La Paz, Bolivia – (Posted on Jan-26-2003)
Links: www.latinoseguridad.com/. ../Drogas/Coca.shtml
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Hoja de Coca, Medicina y Alimento

Publicado en Madre Tierra el 01/01/2006 por admin

Coca: hojas y frutosKoka Kintu es el regalo que hizo el Dios Inti al pueblo andino. Por siglos ha sido sagrada y se ha utilizado como sustento del alma y del cuerpo. La primera vez que cayó en desgracia fue cuando la descubrieron los españoles; la segunda, cuando se supo que contenía cocaína.

Don Pedro Vásquez vive en Socoroma y dedica su día al cultivo del orégano. Cada mañana, antes de salir de su casa, revisa los bolsillos de su pantalón. No puede faltar una bolsita de plástico donde guarda las hojas de coca que lo acompañarán durante la ardua jornada laboral.

Mientras realiza sus quehaceres, pone las hojas en su boca entre la mejilla y los dientes y, por un largo rato y sin masticar, extrae el zumo vegetal mezclándolo con su saliva. Una vez que las hojas se han transformado en una pasta verdosa y no les queda ninguna gota del extracto, las bota a la tierra.

Su vida y sus labores se encuentran a unos 115 kilómetros de Arica, hacia el interior, a tres mil metros de altura sobre el nivel del mar. Socoroma, muchos pueblos de los alrededores y don Pedro son hijos de una historia inca y aymara y por lo visto se mantiene una de las costumbres más arraigadas en ambas culturas precolombinas: el acullicar hojas de coca.

Para este hombre trabajador, de rostro moreno y con rasgos andinos, la coca es mucho más que una planta. Se transforma en su alimento, en su consuelo, en la llave de su existencia. En esas tierras utilizan esta hoja sagrada en ceremonias, fiestas, pues son premonitoras del destino y, mediante el acto de acullicar – mantenerlas en la boca entre la mejilla y los dientes sin masticar – se transforma en un alimento, en un tónico revitalizante, que combate el cansancio, el frío y el hambre.

Sin duda, el mundo occidental difiere abiertamente del consumo de la hoja de coca y se ha transformado en un problema para la forma de vida moderna. Y, la primera razón de este rechazo es la gran confusión que causa la palabra, pues la coca se confunde con cocaína, concepto que ha provocado la reglamentación de los cultivos, la han considerado una droga y la han hecho caer en decadencia. La segunda oposición a ésta, es que se desconoce su verdadera utilidad y su uso tradicional.

Es importante entender la diferencia entre coca y cocaína. La coca, cuyo uso doméstico data de unos cuatro a seis mil años, es la hoja sagrada del pueblo andino. La cocaína, por su parte, es una invención europea de hace 140 años. Se necesitan 41 productos químicos para poder extraer la cocaína de la hoja de coca y se requieren 110 kilos de hojas para producir 600 gramos de cocaína pura. La coca contiene 14 alcaloides estimulantes, siendo el principal la cocaína, pese a su ínfima proporción. Según estudios científicos, la hoja andina contiene menos de un 0.08 por ciento de cocaína pura, que entra en su forma activa por la acción alcalina de la saliva al ser masticada.

El año 1858 fue decisivo en el destino que tendría el arbusto: Niemann y Walter aíslan la cocaína descubriendo sus propiedades. En un principio, fue utilizada como analgésico, pero dado su estrecho margen riesgo – beneficio, fue sustituida por nuevos analgésicos de menor riesgo. Posteriormente, fue descubierta por el mercado de la droga.

Sin embargo, la cocaína y el resto de los alcaloides no son lo único que contienen las fibras de la hoja. En 1977 Timothy Plowmann, investigador de la Universidad de Harvard, demostró que 100 gramos de coca proporcionan 305 calorías, 19 gr. de proteínas, 5 gr. de grasas, 46 gr. de hidratos de carbono, 1,5 gr. de calcio, 1,4 gr. de vitamina C y 11.000 UI de vitamina A.

Don Pedro Vásquez, originario de Socoroma, no conoce esta información científica. Los incas y aymara tampoco manejaban las cifras con exactitud, pero sin duda, su vasto conocimiento hizo de este vegetal su medicina y alimento.

La hoja sagrada

Koka Kintu, como le llaman en los Andes, es un aliado del hombre andino. Para este pueblo, la coca es un regalo del Inti o del dios – sol. Allí nace su valor mágico que en rituales puede aconsejar, entregar visiones o conocimientos especiales.

Además, la hoja es una ofrenda que se deposita en lugares específicos y que es utilizada en muchas ceremonias, para recibir protección y propiciar las buenas cosechas.

Por otro lado, la coca constituye fundamentalmente un medio de cohesión social en el mundo andino. En celebraciones como nacimientos, matrimonios o funerales donde se reúne la comunidad no puede faltar la coca, sin ella es difícil crear relaciones sociales.

Otro uso tradicional es en la medicina, entre los muchos males que la coca cura o alivia se destaca la disentería, úlceras, malestar estomacal, luxaciones, edema o hinchazón, el resfriado y el sorojchi o mal de altura.

Hoy en día millones de andinos acullican coca o toman mate de coca. Los campesinos, trabajadores y estudiantes de los Andes la emplean para resguardarse del sueño, hambre y sed, tal como en otras culturas se usa el café como un estimulante suave.

Proporciona energía en el trabajo y, por lo tanto, es imprescindible en regiones donde existen pocas opciones alimentarias. Actualmente, la carencia de la hoja significaría en algunas regiones la inmediata elevación de los índices de desnutrición.

La coca no se consume sola sino que se acompaña de la llujt’a, que es un alcalino de suma importancia en el acto de acullicar. Ningún minero u obrero acullica sin la aplicación de la llujt’a, posiblemente por algún efecto secundario de la coca sola a largo plazo.

La llujt’a está constituida de diferentes materias primas. En el altiplano, generalmente, se prepara de la ceniza de los tallos de quinua, algunas veces se mezcla con un poco de azúcar, agua o alcohol; otras, con papa cocida. Ésta, luego de amasarla bien, se seca al sol hasta que se vuelva tan sólida como una piedra.

La coca en el Tawantinsuyu

Los aportes de etnohistoriadores y antropólogos que se han basado en las crónicas españolas, así como de arqueólogos plantean que la hoja de coca tuvo un gran significado para los pueblos andinos preincaicos. Por ejemplo, en el norte del Perú, se han encontrado vasijas de la cultura mochica (500 años después de Cristo), en las que aparecen figuras de posibles shamanes con la mejilla dilatada por el acullico.

Se ha escrito que los ayllus aymara – organización socioeconómica – del Lago Titicaca tenían cocales en los Yungas del actual departamento de La Paz. Otros cronistas cuentan que los incas obsequiaban coca a las autoridades étnicas que llegaban al Cuzco, como parte de la reciprocidad entre el Estado y los grupos dominados. Además, que junto a otros productos, esta hoja era almacenada en depósitos provinciales para ser utilizada en tiempos de guerra y era distribuida entre los indígenas en tiempos de paz, para aliviar las necesidades de la población en caso de escasez de alimentos.

Se sabe que los incas contaron con zonas dedicadas al cultivo de la coca que estaban bajo su control y parece ser que la coca cumplió la función de valor de cambio en ausencia de una moneda.

Por otra parte, la coca tuvo también en el incario, como en épocas anteriores, una función mágico – religiosa fundamental. Los adivinos mascaban hojas de coca y escupían el jugo en la palma de la mano con los dedos extendidos para pronosticar buenos o malos augurios.

En realidad, el propio mito fundador del imperio tuvo relación con la coca. Garcilaso de la Vega, al relatar la leyenda de los hijos del sol que fundaron el imperio, señaló que éstos habían ofrendado hojas de coca y enseñado al pueblo que éstas podían ser utilizadas para matar el hambre, eliminar el cansancio y permitir que el desdichado olvidara sus desgracias.

La coca durante la Colonia

Desde las primeras penetraciones de los españoles a la zona del Tawantinsuyu, éstos se enteraron de la existencia de cultivos de coca y, desde muy temprano, comenzaron a averiguar sus características y usos.

Muy pronto se abrió un debate sobre si permitiría el cultivo y el consumo. El grupo ligado al clero consideró que debía prohibirse por ser considerada la «hoja del diablo», en relación a sus prácticas mágico – religiosas que la doctrina de extirpación de idolatrías quería hacer desaparecer.

Pero esta posición perdió vigencia al constatarse que la coca podía ser utilizada en sustitución del alimento por su alto valor nutritivo y, por lo tanto, ser entregada a la fuerza de trabajo sometida en las minas y en el campo. Por otra parte, los españoles, ávidos de riquezas, percibieron que su cultivo y comercialización podían convertirse en otras fuentes de obtención de riqueza.

Una vez descubierto el Cerro Rico de Potosí, cuya explotación se inició masivamente en la segunda mitad del siglo XVI, la mano de obra que se reclutó forzosamente se convirtió en una importantísima consumidora de coca, junto a la de otros centros mineros como Porco, Oruro, Chichas y Lípez.

A partir de ese momento, el cultivo y el consumo de la coca vivieron un importante y acelerado proceso de expansión. Por ejemplo, el cronista español Polo de Ondegardo sostuvo que en 1571 había 50 veces más plantaciones de coca que cuando los incas regían el Perú.

También se dice que el aumento en el cultivo y consumo de la coca estuvo relacionado con la invasión europea, pues había producido una grave crisis de alimentos, causando privaciones nutricionales en la población indígena, la que recurrió a la coca para paliar esas deficiencias.

En todo caso, a principios del siglo XVII, la coca se consolidó como un producto de gran difusión en el mercado colonial y su cultivo y comercialización involucraron a distintos grupos de la sociedad virreinal. Asimismo, el estado la había incluido como un producto importante en el pago del tributo. En ese tiempo, el Cuzco fue la primera zona productora de coca en el territorio bajo jurisdicción del Virreinato de Lima.

La coca fue utilizada también como valor de cambio y con ella se podía obtener ganado y otros productos altamente valorados. Muchos indígenas se convirtieron en comerciantes de coca, llamados «cocanis», que la trasladaban en burros o en sus espaldas desde los Yungas de La Paz hasta Potosí.

A fines del siglo XVIII, a los consumidores indígenas se añadieron los españoles y criollos que la utilizaban en mate para curar resfríos, dolores de muelas, heridas, fracturas de huesos y otros. Además, la coca significó un suculento ingreso en alcabalas, diezmos, primicias y veintenas para el Estado. En efecto, el impuesto a la coca fue siempre un rubro vital para la aduana de La Paz y su principal recurso económico.

Pero las sublevaciones indígenas primero, y la Guerra de la Independencia después, provocaron la pérdida de miles de hectáreas de coca, sobreviniendo un período de crisis. Sin embargo, muy pronto la coca volvió a tomar el lugar principal en los ingresos locales de La Paz, y a lo largo del siglo XIX, ningún otro producto la aventajó.

Sin embargo, el año 1858 marcó un hito fundamental en el futuro de la coca: se descubrió su contenido en cocaína, lo que provocó que en el siglo XX se reglamentara su cultivo, pues gran parte de ésta iba destinado al mercado del narcotráfico.

En 1949 la coca fue considerada nociva por una comisión investigadora de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Años más tarde, en 1961, en la Convención sobre Narcóticos, bajo una fuerte presión de los Estados Unidos, la ONU oficialmente asumió la postura que masticar coca era una forma de drogadicción, a pesar que no hay evidencia de condiciones adictivas en la coca.

En Chile, la hoja de coca está prohibida pues existe un profundo desconocimiento de la diferencia entre su uso tradicional y el consumo de cocaína. “La hoja de coca no es culpable de la drogadicción así como la uva no es culpable del alcoholismo”, sostienen diversas organizaciones indígenas.

Don Pedro, seguramente, no conoce a cabalidad la historia de aquellas pequeñas hojas que todos los días permanecen en su bolsillo, lo tienen sin cuidado las restricciones de la ONU y ni siquiera sabe de la prohibición chilena. Por ahora, continuará usando la coca en las fiestas, ceremonias y rituales celebradas en su pueblo, la utilizará para palear el frío y el hambre y seguirá siendo su mejor aliado en el trabajo.

Planta y usos

Tradicionalmente la planta de coca se ha cultivado en los valles al este de la cordillera oriental de los Andes, concretamente en la franja que se extiende entre las ciudades de La Paz (Bolivia) y el Cuzco (Perú).

La coca (Erythroxylon coca), es una planta herbácea y perenne. Se cosechan sus hojas, mientras que en otros casos se sacan sus frutos y las flores. La coca permite obtener de tres a cuatro cosechas anuales durante 30 a 40 años.

La hoja ha sido industrializada en más de 30 productos distintos, como champú, crema dental, productos farmacéuticos y una gran variedad de medicinas, sin embargo, a causa de la criminalización de la coca, se prohibe su exportación. Irónicamente, la única importadora legal de la coca a los Estados Unidos es la Compañía Stephan, que importa anualmente unos 175 mil kilos de hojas para fabricar una anestesia de cocaína y para darle sabor a la Coca Cola.

Numerosas cooperativas campesinas de los Andes estudian en este momento alguna fórmula para derivar la producción de hoja de coca hacia otros empleos que no sean la fabricación de cocaína, pero tropiezan con el hecho de que todos estos derivados son ilegales fuera de Bolivia y Perú.

Paulina Arce es periodista y editora de la revista Identid y colaboradora de Ser Indígena.

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En Medio del Olvido

Publicado en Madre Tierra el 01/01/2006 por admin

En Quinquén la vida es duraMediados de febrero en Quinquén. El sol pega fuerte sobre las cabezas de los comuneros. A mil metros sobre el nivel del mar, a un paso de la frontera, en medio de la cordillera, región de la Araucanía. El trabajo no cesa: construyen o reparan los galpones que albergarán al ganado en el invierno.

Es época de cosecha, el forraje, las papas y la leña se acumulan en grandes cantidades. Ya llegará marzo y empezará la recolección de piñones. En verano no hay descanso porque en invierno, con dos metros de nieve, es poco lo que se puede hacer.

En Quinquén no hay electricidad, no hay agua potable, no hay teléfono, no hay micros rurales y los caminos son de temporada, es decir, quedan inhabilitados a voluntad del clima. Si la salud falla o la urgencia impone salir del lugar, solo los radio trasmisores pueden ayudar. Pero están 18 kilómetros del pueblo más cercano y acá al menos existe un solo vehículo, viejo y desgastado de un lugareño.

La mayoría de las veces hacen los primeros kilómetros a caballo y dejan sus animales a orilla del camino por varias horas hasta que terminan sus trámites. Otras veces, cuando viajan por mas tiempo, lo hacen caminando para no dejar a los caballos tanto rato solos. Caminando se demoran hasta nueve horas cuando hay nieve.

El aislamiento tiene distintas formas a lo largo del país, pero la mayoría de las comunidades indígenas de Parinacota a Tierra del Fuego viven en las mismas condiciones. Condiciones que el domingo 27 de noviembre zozobraron en el Lago Maihue con 32 personas a bordo.

Doña Santita

«Todos hablan de esto como si fuera primera vez que ocurre. El lago ha sido siempre un motivo de peligro y problemas para nosotros. Lo que pasa es que hasta ahora nadie había querido darse cuenta», reflexiona Elsa Panguilef, vicepresidenta de la comunidad de Rupumeica. Hace diez años, un hombre se hundió con su bote a remo en el lago. Su cuerpo nunca fue encontrado. Hace cuatro, una escolar y un bebé murieron ahogados al volcarse la embarcación. Solo la niña fue enterrada.

La gente de la comunidad se dedica en su mayoría a la agricultura o la ganadería de subsistencia. La falta de un camino que conecte con otras localidades es, a juicio del presidente de la comunidad, Gastón Quinillao, una de las principales causas de la postración económica de Rupumeica. «A veces se producen excedentes en la producción agrícola, pero no es posible venderlos en otro lado, porque el flete por el lago es carísimo».

La zona es rica en madera nativa, especialmente roble, pero los comuneros no tienen como venderla. No tienen como trasladarla a los centro de comercio y tampoco les llegan compradores por la falta de camino. Excepto uno: el economista Nicolás Flaño Calderón, ex gerente general de Ferrocarriles del Estado (EFE), quien renunció a su cargo luego del accidente donde la estudiante de medicina de la UC, Daniela García, perdió sus extremidades.

Flaño es el único vecino de la comunidad y dueño del único camino que llega a ella. Según el Consejo de Todas las Tierras, comprador de Doña Santita, la embarcación hundida, “la lancha fue una solución temporal, porque el gobierno no estuvo dispuesto a presionar a Nicolás Flaño para permitir la servidumbre de paso en favor de las comunidades mapuches y en particular de Rupumeica. Además esa tierra estaba siendo reivindicada por la comunidad”.

El ex gerente de EFE no solo les negaba el paso sino que además aprovechaba su condición para pagarles una miseria por las maderas que los comuneros extraían de sus alrededores. En 1992 les pagaba treinta y cinco pesos por pulgada de madera, cuando en el mercado se pagaba 350 pesos por pulgada.

Fuerza Centrípeta

Recién en abril del próximo año estará listo el camino que beneficiará a las tres comunidades mapuches que hoy sufren la tragedia: Hueinahue, Maihue y Rupumeica y particularmente a Rupumeica Bajo. Camino que hace años se estaba pidiendo, pero que nunca se hizo por falta de interesados en la licitación.

“El gobierno debe responder por esta negligencia. No se justifica que mientras está construyendo caminos para llegar en 20 minutos de La Dehesa al Aeropuerto, no haya sido capaz de dar camino digno a solo 500 personas que viven en condiciones extremas”, reclama Jenia Jofré Canobra de la ONG Ser Indígena. Lo que esta comunidad necesita, además del camino, es un catamarán, una embarcación techada con asientos tipo bus, con chofer y un horario definido.

Los 17 niños y adultos muertos en la tragedia, al igual que los 16 sobrevivientes, subieron a la embarcación porque no les quedaba otra. Por lo menos a los escolares: era domingo y debían reintegrarse a sus internados para iniciar la semana de clases, luego de la cual volverían a abordar la embarcación, el viernes, para regresar a casa. “La gente va por necesidad, desafiando a su suerte ¿Qué haces cuando no tienes otra alternativa? Las personas tienen que ir a trabajar, a estudiar, y cuando el viaje ya se ha hecho mil veces se generan falsas confianzas hasta que no se cuestiona más la precariedad”, explica Jenia Jofré.

La fuerza centrípeta del país concentra todas las gestiones y los recursos en la capital: el 42% de la población vive en Santiago y el 70% de los recursos del Bicentenario están destinados a la Región Metropolitana.

«A veces uno cree que la civilización y la tecnología han llegado a todas partes, pero la realidad no es tan bonita», dice la directora de la escuela de Maihue con esa pausada firmeza nacida del dolor que tanto se parece a la rabia. «Ojalá los adelantos también lleguen aquí para que la gente no tenga que llevar su carga, su alimentación al hombro, trasbordando en bote, luego a caballo, en carreta, subiendo cerros», agrega Nancy de la Coste en una entrevista radial.

Francisca Araya. Es periodista y colaboradora de Ser Indígena.

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